El fin de semana pasado, la
Diócesis de Salamanca celebró las Jornadas de responsabilidad vial, con el lema
de “La humanidad y los valores humanos”, bajo la dirección de Gabino Martín como Delegado del Apostolado
en Carretera y la participación como conferenciante de María Seguí (Directora General de Tráfico).
En primer lugar, es de agradecer
que la Diócesis se implique dentro de la responsabilidad compartida por la
sociedad en la búsqueda de soluciones a los accidentes de tráfico y sus
secuelas y además, porque su perspectiva religiosa transciende a la base humana
de la que se deriva el mayor porcentaje de la siniestralidad y las mayores
esperanzas de ser reducidas con intervenciones preventivas sobre todos los
usuarios y con la participación activa de todos los ámbitos y estamentos
sociopolíticos y religiosos.
Imagen del blog de autoescuelas.com |
También me da pié para conocer un
poco más esta parcela diocesana, centrada en el apostolado sobre los cristianos
y el uso de la carretera. Y para no errar ni un ápice en su contenido, he bebido
de la Web de la Conferencia Episcopal Española en la que se resalta que “la
Pastoral de la Carretera es un servicio que la Iglesia ofrece para alentar el
anuncio y la vivencia de la fe cristiana de los profesionales, conductores,
peatones y viajeros, en el uso de la vía pública y de los vehículos, que están
generando una nueva forma de convivencia y de relaciones humanas. En toda esta
tarea como en el ejercicio de cualquier actividad y derecho ciudadano, el primer
principio que debe orientar la actuación de toda persona es el sentido de
responsabilidad. Toda la moral del tráfico se fundamenta en el valor cristiano
de la persona humana, “que está por encima de las cosas todas y cuyos derechos
y deberes son universales e inviolables”.
Según la base eclesial de este
servicio apostólico que hemos citado, no es de extrañar que los referentes sean
el evangelio y los valores deseables para todos los cristianos, usuarios de las
vías y de los vehículos, que bien podían ser extrapolables a cualquier ser
humano, ya que incide en esos principios morales y esa ética mínima, centrados
en el humanismo, en la convivencia, en las relaciones humanas y en la
responsabilidad.
Por lo dicho anteriormente, no me
extrañó nada que María Seguí orientase
su intervención teniendo como eje de su discurso el factor humano y su
incidencia negativa como el causante mayor de la siniestralidad y, por otra
parte, su aportación positiva en cuanto agentes activos y participativos
implicados en la prevención y solución de los problemas viales, poniendo como
bandera ese humanismo liderado por la empatía que desarrolle valores y
actitudes adecuados.
La empatía que identifica la
inteligencia intelectual y la emocional con los sentimientos, pensamientos,
actitudes y comportamientos de los otros. Término que la Directora General de
Tráfico fue desgranando y llevando al territorio de la vialidad y de la
humanidad empática de todos los usuarios de las vías. Por eso, insistía en que
en el tráfico todos vamos al lado de todos y, en consecuencia, la solución pasa
por la implicación responsable de todos y será mucho más fácil y rentable si
pensamos, comprendemos y convivimos con los demás. En esa comunicación fluida y
directa, fue esbozando su mensaje para propiciar esa empatía, porque en la
carretera como en la vida todos estamos
conectados y si el problema está en las personas, la solución ha de venir de
ellas. Terminaría uniendo lo humano con lo evangélico, sintetizando los
principios y fines empáticos con el no hagas a los otros lo que no deseas para
ti, porque en definitiva, tanto el mal como el bien que producimos revierte en quien
lo genera. Sintetizó con una frase que nos lleva a la reflexión, a la empatía y
al compromiso: “se necesita muy poca energía para batir un huevo y toda la
ciencia del mundo no es capaz de recomponerlo”.
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