miércoles, 20 de julio de 2011

FLORES SOBRE EL ASFALTO

Manuel CASTAÑO, 19-julio, de 2011

Aquella noche, la presencia de las luces y el sonido penetrante de las sirenas de ambulancias, policías y bomberos me sobrecogieron el corazón. Y, como es habitual a cualquier ser humano, me dije:¡ algo grave ha pasado!. Pero, pese a que el lugar de los hechos no estaba muy lejano, la oscuridad me impedía ver lo ocurrido. Y seguí mi paseo, relajado de cuerpo, pero con un hervidero de interrogantes en la mente. Aquella noche me acosté con la duda y sin resolver con certeza lo que podría haber ocurrido. Al día siguiente, cundo leí en formato digital la prensa, busqué con avidez el apartado de los sucesos, y de un plumazo, el titular de la noticia me despejó rápidamente todo tipo de dudas: Un joven de 18 años muere en accidente de tráfico. Pese a estar acostumbrado a manejar las estadísticas sobre accidentalidad, siendo sincero, aquello me afectó y me hizo seguir reflexionando, tratando de dar respuesta a las miles de preguntas que se acumulaban en mi mente, similares a las que me hice, hace veintiún años, cuando perdí en similares circunstancias a mi mejor amigo: ¿Por qué? Si dieciocho años es tener toda una vida por delante, llena de proyectos e ilusiones. ¿Cómo? Porque siempre buscamos el morbo de los acontecimientos, al culpable de os hechos o la posible justificación de los mismos, sabedores de que ya no hay solución, que todo se ha ido al garete por una tontería o un simple despiste, error, mal estado de la carretera ... ¿Y sus padres, hermanos, familiares y amigos? Porque la pérdida inesperada de un ser querido, y a demás por una simpleza, como lo es un accidente de tráfico, es capaz de destrozar la vida a cualquiera, pero especialmente a los más allegados que sufrirán en silencio el día a día. Porque todos los accidentes se podían haber evitado, pero todos los asumimos con cierta dosis de pasotismo social, pensando que a nosotros nunca nos va a ocurrir, como estoy seguro que pensaban todos los que desgraciadamente los han padecido.
A la mañana siguiente decidí visitar el lugar de los hechos. A medida que me acercaba, la información sensitiva me transmitía datos precipitados: joven, moto, curva, noche, carretera estrecha, poca visibilidad, arena en el suelo… Varios ramos de flores situados sobre las señales de tráfico y en un árbol, reflejaban el momento de extremo dolor, de rabia, incomprensión y cierta dosis de esperanza y de cariño que guardaban para el recuerdo los mensajes escritos en las cintas que abrazaban a las flores: tus padres, tus abuelos, tus amigos… no te olvidan. ¿Cómo diablos van a poder olvidar y comprender esta tragedia?

Y en ese devaneo mental, me fui acercando al lugar donde se produjo el accidente y donde esa vida incipiente desapareció en décimas de segundo, como relataba el periódico y me comentaban los vecinos que lo habían presenciado. Y, sumido en el impacto emocional que me unía por momentos a esos familiares y amigos, saqué mi Canon, enfoqué el lugar rodeado de flores y disparé para poder dejar en mi memoria, en la de la cámara y en la del lector, ese momento de dolor y de rabia que queda plasmado en la imagen que está viendo el lector.
Porque perder la vida es lo peor que le puede ocurrir a un ser humano. Pero perderla por un accidente, es incomprensible, ya que todos los accidentes son evitables. Lo malo es lo poco que sabemos y lo mucho que pasamos del tema, dejando a los familiares sumidos en el dolor y en la incomprensión de lo ocurrido. Las flores sobre el asfalto, símbolo de vida, recuerdo y cariño, seguirán apareciendo durante mucho tiempo. Pero el dolor y la desesperación de no encontrar ni una sola respuesta lógica a las miles de preguntas que surgen machaconamente, les acompañarán a familiares y amigo a lo largo de toda la vida. Y, paralelamente, esa curva estrecha, cerrada y peligrosa seguirá sin ser remodelada, donde la muerte se agazapará esperando al próximo cliente.

No hay comentarios: