miércoles, 14 de marzo de 2012

EL EFECTO PLACEBO DEL PULSADOR EN LOS SEMÁFOROS


 M. CASTAÑO. 14-11-2012
Hace tiempo que rondaba, entre mis pensamientos, la posibilidad de tratar el tema de los pulsadores en los semáforos. Pero, por unas causas o razones no justificadas, siempre lo había dejado de lado, pese a que con relativa frecuencia en mi devenir peatonal, me enfrento a la decisión de pulsar o no pulsar a la hora de cruzar la calle y de constatar las diferentes actitudes de los peatones. Tomar la decisión para escribir sobre ello, surgió por casualidad, cuando leía un artículo sobre las bondades del efecto placebo como el  mecanismo de engaño cerebral, que no sólo funciona con los medicamentos, sino que también se muestra efectivo en comportamientos de los seres humanos ante los ascensores, los semáforos y otros artilugios sincronizados.
En el artículo mencionado, Greg Ross  manifestaba que en la mayoría de los ascensores el botón “cerrar-abrir puertas” no sirve de nada y que solamente causa el efecto psicofísico de aminorar la claustrofobia que la mayor parte sufrimos ante los espacios reducidos o el temor a un accidente. Parece ser que reacciones semejantes ocurren con todo tipo de aparatos reguladores que girar, subir, bajar, pero que hagas lo que hagas, nada ocurrirá que no esté conforme a lo programado.
Pues esto mismo sucede cuando decidimos cruzar una calle por un paso de peatones regulado por un semáforo con pulsador: ya puedes pulsar las veces que quieras que el aparato realizará el cambio cuando proceda. Eso sí,  el acto de pulsar tendrá todos esos beneficios y será una buena ocasión para contemplar los comportamientos y actitudes de quienes llegan y de los que están esperando. Situaciones que, por ser tan variopintas, darían cancha para generar miles de monólogos. Porque es bueno saber que la mayor parte de esos pulsadores, no funcionan y están para hacer ver al peatón que las autoridades han pensado en él, en su seguridad y en la regulación del tráfico,  pero que en definitiva, todo está programado desde los ordenadores de la unidad central de tráfico.
Todos hemos comprobado lo  que suele ocurrir cuando nos enfrentamos con un semáforo que dispone del célebre pulsador. La casuística es fruto de la imaginación, de las prisas, de la paciencia o de la buena o mala educación de cada peatón.
Por un lado, encontramos a quienes los colores y cuantos están en espera les importa tres pepinos. Es el grupo de los infractores compulsivos que no tienen tiempo ni de pulsar. Ellos miran, y si no vienen coches, pasan. Por otro lado, observamos a aquellos que conforme van llegando, van pulsando, pues desconfían de que los que están esperando no se han percatado de que existe el pulsador. Pero, también pudiera darse la casualidad de que, precisamente, ante un pulsador que funcione adecuadamente, nadie lo hubiese lo hubiese conectado, pensando que es uno más de los que no funciona o que  todos sus antecesores lo hubiesen pulsado ya. Claro está, que para el grupito de atletas o ciclistas urbanos, la interpretación y uso de estos botones puede ser muy diferente, porque  simplemente se hacen invisibles para ellos. Ellos no pueden parar, miran con antelación, aprietan la marcha y atrás dejan a todos los bieneducados que están esperando.
Al margen de la parte cómica, el tema es más serio de lo que parece, pues si este pulsador fue ideado para propiciar la seguridad de peatones y conductores, para regular el paso y la fluidez, con el mal funcionamiento se puede convertir en instrumento para la inseguridad y de mal ejemplo, sobre todo cuando hay menores esperando que se cansan, hasta de contar para ver si aciertan en qué dígito se produce el cambio, mientras están viendo cómo personas mayores cruzan, para terminar diciendo: este semáforo no funciona, vamos a cruzar que no vienen coches.
Para evitar esto sería mejor cambiar “pulse para pasar”  por el de “no funciona”, o mejor, quitarlo del medio con el fin de ahorrar, no cabrear al personal e incrementar la seguridad.


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