Movilidad sostenible
La bestia parda del medio ambiente
"El transporte es la bestia parda del medio ambiente en Europa". La frase no es de ningún ecologista radical, se la escuché nada menos que a Domingo Giménez Beltrán, entonces director de la Agencia Europea del Medio Ambiente, durante el simposio internacional "Transporte sostenible en zonas de montaña" que, organizado por la Fundación Ecología y Desarrollo, la Universidad de Zaragoza, la Fundación de los Ferrocarriles Españoles y el Ayuntamiento de Canfranc, se celebró en Jaca en octubre de 1998.
Lo malo es que la situación ha empeorado desde entonces. La globalización económica, con sus secuelas de deslocalizaciones industriales y externalizaciones de fases productivas, cuenta con el transporte de bajo coste como una de sus principales herramientas para disminuir costes y aumentar los beneficios empresariales. El transporte de mercancías, que en su mayor parte se realiza a base de quemar combustibles fósiles, vertiendo a la atmósfera ingentes cantidades de partículas venenosas y de CO2 , está creciendo de forma imparable. En la Europa del sur, además, ese transporte se realiza en un 90% por carretera lo que, unido al crecimiento externo de las ciudades que obliga a desplazamientos cotidianos de la población, agrava los efectos de la contaminación y ocasiona un elevado número de accidentes. El tráfico se ha convertido en el primer motivo de muerte para los jóvenes.
Sorprende que en una sociedad rica y con un aceptable nivel cultural como la española, este gravísimo problema no sea percibido por la población y que solo una minoría sea consciente de la necesidad de cambiar las cosas. En Zaragoza, por ejemplo, en el "día europeo sin coches" (22 de septiembre) había a media mañana diez veces más automóviles intentando entrar al aparcamiento de El Corte Inglés que participando en la fotografía que, en el Paseo de la Independencia, intentaba comparar el espacio que ocupa un tranvía con el que se necesitaría si todos sus viajeros se desplazaran en coches particulares. Y, cada fin de semana, asistimos impasibles a las decenas de muertos en carretera, a las de borrachos pillados al volante (por lo que supongo que serán centenares los que lo hagan), a los millares de horas perdidas en absurdos embotellamientos, a un nuevo récord en el consumo de combustibles.
No es extraño, por tanto, que el Gobierno de España sienta la necesidad de buscar solución al problema de la vivienda, al de la escasez de nacimientos, al de la violencia contra la mujer, al de la inmigración ilegal, al del terrorismo etarra o de fanáticos islamistas, pero que siga sin plantearse el transporte como problema. Más bien al contrario: no deja de invertir dinero en favorecer el crecimiento de las modalidades de transporte más agresivas para el medio ambiente: la carretera, el tren de alta velocidad y el avión.
Es cierto que la carretera se ha convertido en el modo más universal de transporte y que cualquier poder público está obligado a atenderla, pero es que en nuestro país las inversiones prioritarias no están destinadas a mejorar sus condiciones de seguridad, ni a construir variantes que eviten travesías urbanas peligrosas, ni a garantizar la accesibilidad de los núcleos rurales. Las ingentes sumas de dinero que España invierte en carreteras cada año están dedicadas, sobre todo, a construir autovías (que es como aquí llamamos a las autopistas que no son de peaje). Y cuando hablo de ingentes cantidades no lo hago a humo de paja: cada uno de los cinco kilómetros y medio de la autopista que actualmente se construye entre Nueno y Arguis (A-23) va a costarnos seis millones de euros, ¡mil millones de pesetas! A millón el metro.
Y no es solo esta autopista que en tres o cuatro años va a llenar el Pirineo de coches y camiones, es que se está terminando la que va a Teruel y Valencia, se van a desdoblar la N-II entre Alfajarín y Fraga, y la N-232 entre Figueruelas y Mallén (pese a que ambos tramos cuentan desde hace casi cuatro décadas con autopistas de peaje), la N-230 entre Alfarrás y Montanuy, y la N-232 entre El Burgo y Alcañiz. La Diputación General de Aragón no quiere ser menos y está construyendo una absurda autopista entre Osera y El Burgo que, dicen, será el germen del quinto cinturón de Zaragoza. Y va a desdoblar la A-127 entre Gallur y Ejea, y quiere unir con autopista Cariñena y Mallén. Todos los partidos, incluidos algunos de izquierdas, piden además nuevas autopistas entre Gallur y Soria, entre Cuenca y Teruel, entre Teruel y Alcañiz…
Es cierto que en los últimos años las inversiones en ferrocarril han igualado o incluso superado por poco a las efectuadas en la carretera, pero la mayor parte de ese dinero ha ido al pozo sin fondo de las líneas de alta velocidad. España tenía una red ferroviaria insuficiente pero este dinero, en lugar de en completarla y modernizarla, se está gastando en duplicar sus principales ejes. Así, Zaragoza y Madrid, pronto Zaragoza y Barcelona, están unidas por cuatro vías (dos de cada ancho), infrautilizadas en ambos casos. Y no es solo el dinero que cuesta construir estas líneas, mucho más que el que consumirá la autopista del Isuela, es que el tren de alta velocidad no es un modo de transporte sostenible porque, aunque no contamina directamente al utilizar energía eléctrica, la consume en grandes cantidades y esa energía tiene que ser producida en algún sitio (en centrales térmicas, o nucleares, por ejemplo).
Por cierto, se dijo que los trenes de alta velocidad iban a sustituir a los aviones en muchos desplazamientos, por los problemas medioambientales que estos planteaban y la saturación del espacio aéreo. Pero en los últimos años el tráfico aéreo no ha hecho sino aumentar, de la mano de la mejora del nivel de vida, de las aerolíneas de bajo coste y de la proliferación de aeropuertos. En Aragón tenemos el caso sangrante del Aeropuerto de Huesca-Pirineos que, más de seis meses después de inaugurado, solo ha recibido o despachado dos aviones; tan es así, que su llegada se ha convertido en noticia de primera página. ¿Cómo ha podido derrocharse tanto dinero como han costado su pista y su terminal? Porque este aeropuerto sin vuelos tiene terminal para viajeros que no existen y hasta carritos para equipajes que nunca llegan. Y, claro, una directora, y personal de matenimiento, y bomberos, y guardias civiles…
En cualquier país sensato, dispendios de este tipo serían criticados con dureza y supondrían la caída del gobierno que los hubiera impulsado, incluso la exigencia de responsabilidades. En España no: el PP no perdió las elecciones por esta causa y el PSOE ha mantenido la misma política de infraestructuras que el anterior gobierno. Y no son solo los políticos; buena parte de la población no percibe estos hechos como ejemplo de mal uso del dinero público, sino como algo positivo, símbolo de modernidad, marchamo de nuestro nuevo estatus de europeos ricos.
Por eso no me extraña que el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, se atreviera a afirmar en la Asamblea General de la ONU celebrada recientemente en torno al cambio climático, que nuestro país está en la vanguardia de la lucha contra el mismo. Y eso que, en lugar de aumentar sus emisiones de CO2 en un 15%, como establecía el protocolo de Kioto, lo ha hecho en más del 40%. No perderá las elecciones por ello.
Luis Granell Pérez
El fenómeno circulatorio de personas, vehículos y mercancías, debe ser fluido, seguro y en perfecta armonía entre los usuarios y el medio ambiente para lograr una Movilidad Eficiente, ecológica y Segura. Para alcanzar estos objetivos, las Administraciones han de jugar un papel importante, pero sin la colaboración y responsabilidad compartida de todos y cada uno de los ciudadanos, será un intento fallido.¡Juntos podemos! Contamos contigo, porque PREVENIR ES INVERTIR.
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