lunes, 26 de marzo de 2012

HAY QUE ESTAR A LO QUE HAY QUE ESTAR.

M. Castaño, 26-03--2012
Aunque quien me lee no lo recuerde, el título de esta columna es el eslogan de la campaña divulgativa de la DGT (España). Y no es la primera vez que el organismo mencionado insiste en la importancia de las distracciones al volante como un factor de riesgo proclive al accidente. Pero los conductores somos duros de roer y más de convencer, pues nos solemos tener esa percepción real del riesgo que conlleva si conducimos estando en las nubes, paseando por los cerros de Úbeda, en ruta turística por Babia o disfrutando de la variante morfología de la luna de Valencia.
La DGT no quiere tirar la toalla  y, una vez más, del 5 al 18 de marzo, ha insistido, mediante el pase de tres vídeos con monólogos del humorista Leo Harlem,  sobre la conciencia y el buen hacer de los responsables del volante. Una forma motivadora inicial es demostrar los peligros que pueden derivarse de la distracción, la fatiga y el sueño al volante, pues según estudios contrastados, en estos tres factores radica la etiología del 40% de los accidentes y, de ellos, la distracción del conductor está presente en uno de cada tres accidentes de tráfico. Pero, pese a la realidad de las estadísticas e investigación que nos rubrican estos datos, al parecer, los conductores ni percibimos, ni valoramos los riesgos.
Visto lo cual y la mente empecinada de los conductores, resulta complicado tratar de solucionar el problema si en primer lugar se desconocen las causas y las consecuencias y, en segundo lugar, si se renuncia a la predisposición de querer solucionarlo por no asumirlo.
La DGT, ha tratado de ponérnoslo más fácil y motivador en esta campaña, realizando una terapia colectiva, aportando la realidad de los hechos y los pecados que comentemos al volante en clave de humor, pese a lo dramático de los resultados. Pero creo que ni por ésas.
Uno de los vicios adquiridos al volante es convertir la conducción en un acto excesivamente ‘automático’, poco reflexivo, como el alumno que se enorgullece de lo bueno que es al decir “esto está chupado”, lo que hace bajar el nivel de alerta del responsable de la acción relacionada con estudiar o conducir. Otro pecado grave está relacionado con el uso frecuente del teléfono móvil durante la conducción y de los sistemas de navegación. Pero también fallamos por no estar pendientes de la conducción, lo cual me lleva a considerar que pudiera existir un grupo elevado de conductores que sufren un trastorno  de déficit de atención (TDA), en cuyo caso estaríamos reclamando una terapia especializada para solventar dicho problema. Además del automatismo y el déficit de atención, el conductor puede cometer otra serie de distracciones: desviar  la mirada, pensar en otra cosa, hablar o discutir con el acompañante, coger o dejar un objeto, manipular algún mecanismo electrónico o tecnológico, colocar el retrovisor o un parasol, comer un bocadillo, beber líquidos… y algunos más habilidosos, conducir leyendo, mirando hacia atrás o sin manos en el volante. Porque de todo hay en la vida del Señor y sino que descarguen la memoria de la cámara de la Guardia Civil que graba desde el helicóptero o la habido y por haber.
Como también quería saber la eficacia de esta campaña, que el pueblo discierne si es de carácter formativo o recaudador, he repasado los datos que nos ofrece la DGT, resultado de lo cual, se nos dice que han sido controlados 855.000 conductores, de todos ellos  8.711  fueron denunciados por usar el teléfono móvil; 416 fueron por usar auriculares; 123 por programar o manipular el navegador y 1.639 por otras conductas que provocan distracción, que deben ser las que hemos citado antes  como pecados veniales. ¡Vamos que esto de las distracciones es verdad!
Y, al margen de los porcentajes sobre las maneras de distraernos al volante, lo importante es el resultado nefasto de las mismas: 606 fallecidos el año pasado y 99 en lo que llevamos de éste, de ahí la importancia de que todos los conductores estemos a lo que tenemos que estar. Pienso que  la solución está en cada uno de nosotros, porque todos somos despistados y reconocerlo es una buena forma para cambiar.

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