Hace ya casi un lustro que el
fantasma deja sentir su presencia sobre el castillo y sus moradores. Ha dejado
de ser una sospecha ciudadana para convertirse en certeza y pesadilla, pues no
en vano, a lo largo del día y de la noche, hace sonar sus cadenas con
insistencia y modalidades que nunca jamás habíamos soñado o imaginado. Los
tentáculos prolongados y tenaces del fantasma se expanden por todos los ámbitos y acogotan a los más insospechados
reductos de la sociedad, incluida, cómo no, la Seguridad Vial.
La sombra y las cadenas del espíritu
se dejan sentir cada día y cada noche a través del sonido tormentoso de los enormes
recortes o tijeretazos que ha metido el Estado en materia de Seguridad Vial
cuando reduce el presupuesto de mantenimiento de las infraestructuras y
señalización a la mínima expresión y el de la DGT en más de un 83%, de los
cuales el 30% afecta a la Educación Vial.
Pero estos macro recortes no es
el todo y forman parte de la sábana, tentáculos y cadenas de arrastre del
espectro que va arrastrando gradualmente a las partes y permitiendo que sus apéndices
prensiles se extiendan de forma sistémica y sin posibilidad poder predecir todo
el alcance y repercusiones negativas de los múltiple ámbitos a los que afecta y
enflaquece.
Lo que si sabemos con certeza es
que la situación actual de la crisis ya está produciendo serios deterioros y
consecuencias negativas para la seguridad vial y esto se sustenta en las investigaciones
realizadas y en las múltiples realidades y sus manifestaciones. La seguridad
vial se siente amenazada y atenazada y hay hechos que así lo sustentan.
Se está constatando que los
usuarios descuidamos el mantenimiento correcto de los vehículos y arriesgamos
prolongando las revisiones periódicas. Las compañías de seguros ponen de
manifiesto que también estamos recortando coberturas en las pólizas. Los
concesionarios de vehículos ya no saben qué hacer para vender y, de paso,
renovar el parque automovilístico. La Asociación Española de Carreteras señala
que hemos retrocedido casi 30 años en el cuidado y mantenimiento de las
infraestructuras y señalización. Parece ser que huimos de aparcar en zonas de
pago y el uso del parking. Las autoescuelas están al borde de la quiebra por la
falta de alumnos y la carencia de cursos de reciclaje. La plantilla de la
Guardia Civil se reduce a la mínima expresión en cuanto al número y recursos
para asegurar la vigilancia y el control. El incremento del precio de los
combustibles encarece los bolsillos. Algunos se ven obligados a reducir el
presupuesto saltándose los plazos de la ITV. El Plan Renove ha pasado a la
historia y obliga a conservar antes que a cambiar. Los cursos de conducción
eficiente y segura, así como los de educación y formación vial se están reduciendo
a la mínima expresión, como el presupuesto para la divulgación de nuevas
campañas de la DGT. Y la sombra de la crisis de la seguridad vial se amplía y
se prologa porque sus manifestaciones interactúan y multiplican sus efectos
negativos y nos olvidamos que lo primero y esencial es la seguridad.
Algunas de las consecuencias se
dejan sentir ya en el incremento del riesgo, el deterioro de las carreteras y
la señalización, el envejecimiento de los vehículos, la insumisión al pago de
tasas en autopistas y autovías, a jugársela con el mal mantenimiento y el
recorte de coberturas en las pólizas, a que algunos provoquen accidentes con el
robo de las alcantarillas y señales, a que los conductores incrementen sus
niveles de estrés, preocupación y agresividad… En definitiva, a que de forma
gradual, vayamos perdiendo los niveles adquiridos y que esto afecte no sólo al
bolsillo de los usuarios, sino también al incremento de la mortalidad y
morbilidad. Porque parece clara la correlación entre la percepción del riesgo, el
incremento de la accidentalidad, el fantasma de la crisis y la movilidad segura
que todos deseamos.
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