M. Castaño, 24 de junio de 2012
Nada hay decidido y la salida a
escena de los posibles nuevos cambios en el control de la velocidad, ya ha
convulsionado a la sociedad aportando felicitaciones o alarmas, según los
implicados o afectados. Para el ministro
del interior, la Directora General de Tráfico y las Asociaciones de Víctimas de
Tráfico, parece una medida razonable que potenciará la seguridad vial y
reducirá e número de accidentes y su gravedad. Lo que no queda tan claro, por
lo manifestado y expuesto, es la línea argumental de este noble objetivo de
seguridad al que ningún ciudadano sensato podrá negarse. Esta es una razón para
considerar que los ciudadanos necesitamos más información y más argumentaciones
fundamentadas para poder tomar posturas e implicaciones ante una medida tan
importante como es la de tratar de reducir la siniestralidad vial en cualquiera
de las vías por las que se circule.
En España estamos, nuevamente,
ante un tsunami provocado por las
manifestaciones políticas de tratar de controlar (al alza o a la baja) los
límites de velocidad, según el tipo de vía, el tramo de la vía u otras
condiciones que puedan incidir en la seguridad.
Y como sucede de ordinario, ante
temas que nos afectan a todos y de los cuales todo el mundo se considera
experto, la sociedad se ha convulsionado y las opiniones o posturas surgen como
hongos en un otoño lluvioso, tanto en los medios de comunicación como en las
tertulias cotidianas. Lo lamentable es que el debate es muy superficial y poco está
ayudando al objetivo. Porque es bueno que quien legisla trate de tomar medidas
que considere y justifique como válidas para la mejora de la salud y del bien
colectivo y que realmente persiguen el objetivo prioritario y no otros,
posiblemente ocultos. Porque hay ciudadanos que son muy sensibles a estas
tetras y máxime en los momentos de crisis donde los sentimientos y la cartera
marcan pautas de interés prioritario.
Por razones de claridad y de
información total, será bueno que nunca falte una sobredosis de argumentos, con
base científica, que demuestren y muestren a los ciudadanos las bondades de
controlar la velocidad, de ponerle límites al incremento o a la reducción,
porque de lo contrario, se estará generando un debate acalorado y, en
consecuencia poco reflexivo y constructivo, que llevará a una toma de
decisiones, positivas o negativas, que poco contribuirán para la mejora de la
seguridad vial pretendida y sí propiciarán el enfrentamiento o el rechazo de
esta medida pretendida para el loable objetivo de reducir muertos y heridos.
En este sentido, no estaría nada
mal, que, ante la ingente lluvia de posturas emanadas en los medios de
comunicación, buscásemos información sobre el tema para poder contrastar
opiniones y tratar de construir la nuestra, no de forma acelerada, pero sí con
la velocidad adecuada para lograr el debido nivel de reflexión y argumentación
de nuestro pensamiento, pues es posible que la velocidad a la que conducimos también
la tenga que estar controlada nuestro cerebro y
no solamente por la Guardia Civil,
las señales y los radares.
Si el control de la velocidad ha
de pasara por la cabeza de cada
conductor, por sus actitudes y comportamientos y en función a la densidad del
tráfico, la calidad o estado de la vía, las condiciones climáticas, el estado
del vehículo… Parece más que razonable que los límites han de venir impuestos
por la necesidad de formar y educar
mucho mejor a quienes manejan los vehículos circulando por las
diferentes vías, lo que reclamará la reforma para la mejora del sistema de
formación de los conductores españoles. Y esto ya lo ha dejado caer María Segui
en más de una ocasión. Pero es posible que a muchos de nosotros también nos
desagrade esta propuesta, pese a ser uno de los pilares fundamentales para
consolidar la Seguridad Vial.
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